“Pintahuevos” una tradición europea para el camino
real
Una de las tradiciones que es muestra viva de la amplia diversidad cultural que
sustenta los referentes de la identidad jiennense, es la fiesta del
“Pintahuevos”, que aún se celebra en la Comarca Norte de nuestra
provincia cada domingo de Resurrección, y que trajeron, junto a las esperanzas
puestas en una nueva tierra prometida, aquellos colonos centroeuropeos que
repoblaron Sierra Morena a partir de la promulgación del Fuero de Población de 1767. En ella se
pone de manifiesto como un modesto huevo puede haberles sugerido, a
prácticamente todas las culturas significativas de la Humanidad , la teoría
primera del origen del Universo y las claves de su constante renovación.
En la vieja Alsacia, región que hoy pertenece a Francia pero que en el siglo
XVIII era territorio alemán, se cuenta una antigua leyenda según la cual San
Pedro cuando iba a visitar la tumba de Jesucristo, dos días después de haber
sido crucificado, se encontró en el camino con María Magdalena que le dijo con
gran alborozo que Cristo había resucitado. El apóstol desde su incredulidad
–sigue contando la leyenda-- le contestó de esta forma: “¡Ya!, creeré que eso es cierto cuando las gallinas pongan los huevos de
color rojo”. Entonces, María Magdalena, abrió el delantal que llevaba
recogido entre las manos y le mostró una docena de huevos de un brillante color
escarlata, que acaba de recoger del gallinero de su casa. Se tiene noticia de
la existencia, en un monasterio griego,
de un cuadro en el que se recoge este hecho. Como puede suponerse esta historia
no está recogida en ninguno de los cuatro Evangelios canónicos, ni forma parte
tampoco de los llamados apócrifos, sino que se trata de una narración
perteneciente al folclore y la cultura tradicional de algunas regiones de
Alemania, Francia, e incluso Rusia, recogidas tanto por católicos como por
ortodoxos.
Bastantes alsacianos y bávaros dieron vida en el siglo XVIII a las Nuevas
Poblaciones de Sierra Morena, cuando vinieron a la llamada de la colonización
auspiciada por el rey Carlos III. Junto a sus pocos enseres y sus muchas
ilusiones trajeron esta leyenda y, sobre todo, la tradición de pintar huevos el
domingo de Resurrección; costumbre que en Guarromán y Carboneros es conocida
como pintahuevos; chocahuevos o cuca en Aldeaquemada; rulahuevos
en Santa Elena, y domingo de los huevos
pintaos en Venta de los Santos, aldea de Montizón, todos ellos en la
provincia de Jaén.
Desde aquel 3 de abril de 1768, primer Domingo de Pascua que los colonos
centroeuropeos celebraron el pintahuevos
en su nueva tierra andaluza, los guarromanenses, entre otros, han conmemorado la Resurrección de
Cristo acudiendo cada año al paraje denominado “Piedra Rodadera”, y portando
cestillos de huevos pintados de vivos colores, que a la hora de la merienda
suelen acabar formando parte de una pipirrana de pimientos asados y mucho
aceite para mojar. Aquellos colonos, como ahora sus descendientes, además de
pasar un día de campo con su familias y vecinos, revivían el ancestral rito del
eterno renacimiento del Cosmos, el estallido vital de la primavera a través de la Resurrección de
Cristo, que en sus últimas raíces no encierra otra cosa que el deseo y la
esperanza de la propia resurrección de cada cual. Las ocho generaciones que nos
separan de los primitivos colonos centroeuropeos han diversificado los colores
dados a los huevos, que en un principio solían ser amarillos si se cocían con
paja, o morados si se dejaban hervir con la piel violácea de las cebollas, o
rojos cuando se impregnaban del tinte que soltaba una tela de este mismo color
mojada en agua hirviendo. Hoy los colores son más vistosos, los dibujos más
elaborados, y los colorantes más inocuos al ser tratados con productos aptos
para ser ingeridos.
Que la tradición nos la dejaron esos jiennenses de ojos claros y pelo rubio
traídos por Pablo de Olavide, nos lo confirma el hecho de que en Cañada Rosal,
en la provincia de Sevilla, y otra de aquellas "nuevas poblaciones"
de Carlos III, se celebra el domingo de Resurrección la fiesta de los huevos pintaos, en la que los niños
pasean los huevos cocidos y coloreados en unas artísticas bolsas de crochet que
les hacen sus abuelas para ese día y con ese motivo.
Los orígenes de esta tradición hay que buscarlos en la circunstancia de que
cada año, el primer domingo después del plenilunio inmediatamente posterior al
equinoccio de primavera, cuando el sol entra en Aries, se celebra la Pascua de Resurrección. El
estallido de la primavera ha sido festejado por todas las civilizaciones, por
todas las manifestaciones culturas, bajo las claves del eterno nacimiento
cosmogónico, es decir, el volver a nacer todas las cosas, el resucitar, en
suma, de la muerte invernal todos los árboles que perdieron sus hojas en el
otoño. Es la llegada del verde de la vida, de los verdes apagados que renacen.
Es la repetición del nacimiento ejemplar del Cosmos. Y prácticamente todas las
culturas han visto en el huevo el símbolo mágico de la esperanza en un
"más allá", el emblema de la vida, precisamente cuando la vida
renace, como lo hace de forma sublime en primavera.
En el antiguo Egipto ya denominaban el Universo como "el huevo
concebido en la hora del Gran Uno con la fuerza doble". Por su parte los
fenicios sostenían que la noche, principio de todas las cosas, había engendrado
un huevo de donde había salido todo el género humano, mientras que los chinos
creían que el primer hombre había nacido de un huevo que llegó del cielo y cayó
sobre las aguas, lo que ha hecho que algunos crean el origen extraterrestre de
la vida en este planeta. Las mismas creencias sostienen y profesan las
civilizaciones de Oceanía cuando de la concepción del Universo se trata. Para
Orfeo, el mundo nace de un huevo inmenso que encerraba el caos, de donde salió
todo lo creado. La inefable filosofía del pintor Dalí, exponente del
surrealismo del siglo XX, también se ha adentró por los vericuetos escarpados
del huevo cosmogónico. Sólo hay que ver las almenas ovoideas de Torre Galatea,
o la casa del pintor en Cadaqués, o algunas de sus obras, para adentrarse en el
llamado “huevo cósmico”.
Entre la Historia
y la Leyenda
comprobamos como Helena, la de Troya, nace de un huevo de Leda que fecundó Zeus
convertido en cisne. En Roma, en las fiestas de la diosa Ceres, se preparaba
una gigantesca tarta con cien huevos que las matronas, vestidas de blanco,
llevaban al santuario. Esta festividad se celebraba en el mismo tiempo que
ahora conmemoramos las fiestas pascuales de la Semana Santa.
También en Roma los huevos se ofrecían en los banquetes funerarios y se
adornaban con ellos los cuartos mortuorios, como un símbolo de vida y esperanza
de resurrección. Pero estos ritos supersticiosos fueron, con el paso del
tiempo, cediendo paulatinamente ante los ritos cristianos, e incluso
mahometanos, que los incluyeron en sus ritos y costumbres. Era corriente en la
antigua Persia, por citar otro ejemplo, que el regalo típico de Año Nuevo -la
fiesta de Nuruz- fueran huevos, generalmente de color escarlata, festejo
conocido como la fiesta de los huevos
rojos. Para los hebreos, que comenzaban con los preparativos del ritual de la Pascua el 10 de nisán y
concluían con la inmolación del cordero que debía ser consumido por completo en
la noche del 14, en el primitivo ritual no aparece el huevo, sino tan sólo el
cordero, el pan ácimo y el vino que se bebía en cuatro ofrendas, según el
ritual del Hallel.
La primera noticia que del huevo se tiene en la simbología cristiana data de
las tumbas de los primeros mártires, en Roma, en las que aparecen huevos de
mármol que fueron pintados de escarlata: eran los ova ígnita, los huevos ardientes, las almas candentes de los
mártires.
Con posterioridad, en contacto con los pueblos germánicos, se adopta la
costumbre de bendecir el Viernes Santo huevos duros teñidos de rojo en
evocación de los misterios sangrientos de la Pasión. Estos huevos
eran regalados el Domingo de Resurrección, con lo que la costumbre más próxima
a nuestros días va tomando forma y cuerpo de tradición. Incluso en ciertos
lugares alpinos, el regalo de los huevos toma el mismo carácter que para
nosotros tiene la festividad de Reyes Magos. Esta tradición va sustituyendo en
Centroeuropa los huevos de gallina por los elaborados con azúcar, caramelo,
guirlache y chocolate, siendo este último el que decorado de una forma
fantasiosa se ha impuesto en la mayor parte de Europa, pasando en cierto modo a
simbolizar la Pascua.
Pero donde el huevo pascual tuvo mayor solemnidad fue en la Pascua rusa dentro de la
suntuosidad del rito ortodoxo. Durante tres días se consumía y se compartía con
los amigos el cordero pascual guisado con mantequilla y huevos duros pintados
de escarlata, bendecidos por el pope de la parroquia. Junto al cordero se
preparaba un pastel, el Paskha, en forma de tronco de pirámide hecha de queso
fresco perfumado, con vainilla y frutas confitadas. Este pastel llevaba la
inscripción de Khristos voskrossé (Cristo ha resucitado), que era la
gloriosa salutación entre amigos y familiares en la mañana de Resurrección.
En la comarca de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena ha quedado la
llamada “pipirrana de pintahuevos”, con mucho aceite en el que mojar, pimientos
asados, atún y los huevos pintados, pero, sobre todo, el deseo de compartir un
día de campo con los parientes y paisanos para celebrar que Cristo ha
resucitado, y que la primavera, puntual a su cita, ha vestido los campos de
verde y ha hecho resurgir la esperanza que mueve el mundo como una noria. A
unos cangilones le suceden otros... El eterno retorno. El perpetuo
renacimiento.
* Consejero de número del Instituto de
Estudios Giennenses, cronista oficial de Guarromán y La Mesa (Carboneros), y director
del Seminario de Historia y Cultura Tradicional “Margarita Folmerin”.
Cestillo con huevos pintados expuestos en una casa de Guarromán durante la Semana Santa para ser
comidos el Domingo de Resurrección formando parte de la tradicional pipirrana
de “pintahuevos”
Sacra Conversazione (Sacra
Conversación), pintado por Piero della Francesca en 1472 (tal vez pudo ser
también en 1474). Se trata de un oleo sobre tabla (248 x 150 cm ) realizada para la
iglesia franciscana de San Donato degli Osservanti, en la que durante algún
tiempo estuvo sepultado el duque Federico de Montefeltro, que aparece en el
cuadro de rodillas ante la
Virgen y ataviado con la armadura guerrera. En 1811 llegó a
Milán por las incautaciones realizadas por Napoleón, exponiéndose en la
actualidad en la Pinacoteca
de Brera, en la misma ciudad milanesa.
El huevo que cuelga de una viera (símbolo
de fecundidad), en la parte superior, ha sido objeto de múltiples
interpretaciones: Puede ser tenido como símbolo de vida o de nacimiento. Su
situación justamente en el eje del ombligo de Jesús Niño, con la inclusión de
un collar de coral rojo que porta sobre
su pecho (símbolo premonitorio de la sangre derramada en la futura
crucifixión), representa aquí la esperanza en la resurrección y la misión salvífica de Cristo. Este cuadro inspiró la obra de Dalí titulada la Madonna de Port Lligat, en la que el huevo que pende
de la concha de una vieira sigue estando en el eje del ombligo del Niño, tal
vez con el mismo significado dado por Piero della Francesca, pero representando
al “huevo cósmico” tan presente en la obra daliniana.
Madonna de Port Lligat (1950), de
Salvador Dalí, en el que aparece el huevo pendiente de un hilo atado a una
concha de molusco --símbolo de la fecundidad— en una composición que nos recuerda bastante la estructura de la
Sacra Conversazione de Piero della Francesca, aunque, lógicamente, con bastantes elementos
surrealistas del propio Dalí.
José María Suárez Gallego, Cronista de Guarromán y colaborador de B.I.