Páginas

viernes, 29 de enero de 2010

YO TAMBIÉN ME DESPIDO CON UN HASTA LUEGO DE DON CARLOS

Con mi primer hijo, Nicolás, visité asiduamente a don Carlos en su consulta. Primerizo como éramos, un día si y otro no, y el del medio también, acudíamos preocupados a la sala de don Carlos. Hoy por una rojez en la oreja, mañana por un eructo de extraño sonido, o una caca de color más claro que lo habitual. El tiempo nos confirmó que eran menudencias, pero él, don Carlos, nunca nos largó con cajas destempladas, como debería haber hecho, ante nuestra actitud tan pesada, pues él entendía que ejercíamos en desmesura de padres iniciáticos en ese nuevo orden de nuestro universo particular. Además, él también es padre, y se sumaba al círculo del entendimiento colectivo. Nunca le pude agradecer de corazón sus atenciones y su sincera amistad, por aquello de no parecer demasiado blando y algo ñoño. Creo -corrígeme Carlos si me equivoco- que en cierta ocasión le regalé una pluma, o un estuche, o algo por el estilo, per eso es lo de menos, pues él, a cambio, nos ofreció su profesionalidad, su respeto y su simpatía -también Eva, su mujer, es merecedora de mis elogios, pues el binomio no funciona con un solo elemento-.
Con el paso del tiempo y por mor de la experiencia que adquirimos los padres a fuerza de los palos que dá la vida, se redujo considerablemente nuestras cotidianas visitas a la consulta de don Carlos. En el caso de mi hija Gema, la veteranía nos permitió resolver aquellos problemillas de salud con mayor solvencia. Y en el caso de María, ya éramos expertos titulados por la universidad de la vida, pero la amistad con el galeno perduró a salvaguarda, más allá de las visitas profesionales. Hoy se nos ha ido a Jaén. Por él me alegro, no tanto por nosotros, que quedamos sumidos en una orfandad algo difícil de explicar, pues ya somos adultos, expertos y veteranos, pero adolescentes de su proximidad y compañía.
A veces cuestionamos la razón demagógica de los homenajes, e incluso la conveniencia temporal. Sin embargo, en otras ocasiones se hace imprescindible el elogio, la loa, la felicitación por los más de veinte años que don Carlos, el médico de la calle Colón, dedicó a las personas, no a los pacientes sino a los seres humanos provistos de corazón, que hoy, en pequeñas dosis para no atragantarnos, le agradecemos sinceramente todo aquello que nos dió, y que nos perdone por todo aquello que no pudimos o supimos darle.
Un abrazo Carlos, para ti, para Eva y para tus hijos.
Tu amigo Manolo Ozáez (y demás entes que pululan por esta casa y a los que tú trataste en buen día).

No hay comentarios:

Publicar un comentario