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miércoles, 16 de agosto de 2017

Artículo de Manolo Ozáez para BAILÉN INFORMATIVO

Número 121 de BAILÉN INFORMATIVO

Diario del capitán Gutiérrez

XIV-VI-MDCCCXV

¡Abajo los franceses!


Al calor del fuego del campamento, en las estribaciones de Sierra Morena, mientras vigilábamos los caminos por los que transitaban las diligencias de viajeros, y las caravanas de carretas que transportaban los productos de un lugar a otro en esta España de bandoleros, los compañeros de escuadra me sugirieron que narrara otra de las aventuras, como ellos las denominaban, del cabo Ramón Montañés, que en esos momentos se hallaba de permiso en Baylen, su ciudad natal.

He de confesar que al cabo Ramón Montañés no le importaba que narráramos esas sus divertidas aventuras, pues en ningún caso era mi intención, o intención del resto de sus compañeros, reirnos de sus ocurrencias. Él era consciente de que aquellas anécdotas resultaban divertidas y curiosas para el resto de los mortales, y que, en momentos como estos, en los que la soledad de una patrulla nos atrapaba, incluso resultaban convenientes para elevar la moral de la tropa, de ahí que era tácito su consentimiento.

- Corría el mes de abril de MDXXXVIII. Todavía no se habían desencadenado los terribles acontecimientos que asolaron nuestra península, a raiz de que los franceses, entonces nuestros aliados, intentaran ocuparla por la fuerza. En la villa pacense de La Albuera, compartía nuestro batallón de la Artillería Real de Sevilla, maniobras y destino con varias unidades de la caballería e infantería del exercito del emperador Napoleón. Entre la soldadesca española, corría el rumor de que la paz y tranquilidad de que disfrutábamos era ficticia, que esa situación en cualquier momento podría romperse, pues en toda Europa era conocida la ambición de “petit empereur” Bonaparte, de hacerse con el control de los Estados enemigos, pero también de las naciones aliadas, y en España, en aquellos tiempos eran públicas y notorias las desavenencias entre los miembros de la familia real. El rey Carlos IV era un pelele en manos de la reina Maria Luisa de Parma y del que se decía su amante, el valido Manuel Godoy. Y estos a su vez estaban enfrentados al príncipe Fernando VII, quien seguía los insanos consejos de los arribistas.

Nada más lejos de la realidad que daros una lección de historia de España, pero creo que es fundamental establecer el marco temporal de los hechos y de la situación que vivíamos antes del fatídico Dos de Mayo, pues de lo contrario, las generaciones futuras no accederían a entender la grandeza de esta nación, y los sacrificios que sufrimos desde el año MDCCCVIII de nuestro Señor al MDCCCXIV, y deuda en vidas humanas que tuvimos que pagar.

- En la villa de La Albuera, próxima a la frontera con Portugal, llevábamos al menos veinte días en comunión militar con los franceses, pues como aliados contra la pérfida Inglaterra, vigilábamos la delgada línea divisoria entre España y Portugal, país este aliado natural de Inglaterra, por lo que nos sentíamos amenazados en nuestro propio territorio. Todas las mañanas compartíamos simulaciones de enfrentamientos y batallas entre uno y otro bando, preparándonos para una posible invasión de los casacas rojas. Cierto día, a la pieza de artillería a mi mando, nos encomendaron formar como parte del exercito francés, a quien le faltaban piezas de artillería. Como quiera que me sobraba personal, decidí encomendar la importante misión de custodiar la bandera del Regimiento francés, al cabo Ramón Montañés, y así procurarle cierta libertad de movimientos entre las tropas.

- En el fragor de la simulación de la posible batalla, encendiose el cabo Ramón e, izándose sobre el tubo de la pieza de artilería, comenzó a ondear “nuestra bandera”, en este caso la francesa tricolor, al desgarrado grito de ¡abajo los franceses, fuera los gabachos! Ante la situación actué rápido y contundente, dirigiéndome hacia el cabo Ramón y susurrándole al oido: “Pero Montañés, ¿no te das cuenta que formamos parte del bando francés? En ese instante cayó en la cuenta de su error y, acto seguido, ondeando de nuevo la bandera francesa comenzó a gritar “¡abajo los ingleses, fuera los británicos!, con lo que quedó deshecho el entuerto, o al menos eso quisimos todos pensar, pues las miradas desconfiadas de los franceses aún permanecen en la retina de nuestros ojos.

Tras la narración de esta nueva anécdota, los camaradas de armas estallaron en gritos de júbilo. Unos, por la ocurrencia y gracia de la situación, que la mayoría desconocían. Otros, por un desmesurado afán de patriotismo, pues no olvidábamos que permanecía reciente en nuestra memoria los largos de años de guerra y penuria que habíamos vivido en España, y que sabíamos tardaríamos en olvidar, y ello a pesar de la derrota de Napoleón en Waterloo, que había devuelto el poder a los antiguos regímenes europeos, algo que otros, los llamados afrancesados, aún lamentaban a escondidas y en silencio.


El capitán O. Gutiérrez

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