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jueves, 11 de febrero de 2016

EDITORIAL nº 120


LA APATÍA COMO MAL DE UNA ÉPOCA”


La apatía ante las cuestiones fundamentales son las que mataron los sueños. El mundo es como es porque las gentes lo abandonaron, pasaron de luchar por lo que creían era justo, tal vez pensando que otros lucharían por ellos. Se iniciaron guerras, al principio batallitas, a las que nadie dio importancia y acabaron convirtiéndose en la madre de las guerras, con cientos, con miles, con millones de seres devorados por la crueldad y el odio entre seres de la misma especie, aunque de pensamiento distinto. Ahora vivimos otra suerte de conflicto doméstico con la desobediencia soberanista en Cataluña. En una reunión reciente, le contaba a un amigo que por la misma regla de tres (al cuarto), en Andalucía querríamos también la independencia, y Jaén la segregación de Andalucía, y Bailén separarse de Jaén y, por favor, que mi calle, la del Monumento, pide la independencia del resto de las calles de Bailén, con las que no mantenemos relaciones de vecindad. Realmente ¿dónde está el límite de la cordura, porque todos, desde el punto de vista demócrata de los independentistas, estaríamos legitimados para pedir esa suerte de independencia a la carta? ¿O en estos supuestos no? ¿Porqué ustedes sí y nosotros, los de mi calle, o los de Lérida, o los del Valle de Arán, o los de la Avenida del Paralelo, no pueden pedir la separación de Cataluña, o de Barcelona? ¿Se lo van a impedir ustedes, o van a mostrarse autoritarios e inamovibles en el NO?

De esa, como ejemplo, es de la apatía de la que les hablo. Aquella que permitió que el pequeño monstruo se alimentara de los famosos 3 % de comisiones por obras y servicios, creciera y creciera, quizás amparado por el poder central de Madrid, que también reclamaba sus 3/6 % en otras regiones, por lo que obligado a mirar hacia otra parte, toleró que los nacionalismos intolerantes y autoritarios reescribiesen la historia de nuevo, con mentiras e historias para no dormir que los niños “de las comunidades” escuchaban boquiabiertos, y que terminaban creyéndose, retroalimentando un odio hacia aquellos que les toleraban, que les permitían, que les transigían, que les disculpaban, que les admitían, y que les aceptaban todo por entender que eso era la democracia: tolerancia absoluta, libertad universal, permisibilidad completa, y otras zarandajas que nos creímos, aún en pañales liberales y progresistas. Ahí fue cuando empezaron a metérnosla doblada… la enciclopedia de la historia recién inventada. Todo ello es gracias a esa apatía, indolencia, desidia, o como ustedes quieran llamarlo.

Aquí más cerca, en nuestra propia casa, también se manifiesta esta terrible enfermedad de la apatía, principalmente entre los más jóvenes, a los que les cuesta comprometerse con las causas perdidas, como son la cultura, la literatura combativa, la historia real y no la virtual, el compromiso con la política activa, la de las ideas, la del debate, la de las soluciones, de la que suelen huir por otras sendas que llevan a los polígonos. Es cierto  que esas sendas, que esos caminos, son infinitamente más fáciles, menos pedregosos, asfaltados por nocivos ríos de sustancias abiertamente toleradas que les hacen vivir sueños sin espinas. Les hablamos de compromisos, porque la apatía alimenta al monstruo que todos llevamos dentro, y que se manifiesta a través de actitudes egoístas, xenófobas, insolidarias, individualistas, radicales, violentas, permisivas, intolerantes, fruto de una época miserable* que nos ha tocado vivir, pero que habrá que afrontar como si en ello nos fuera la vida, porque realmente es así, en ello nos va la nuestra y la de los demás.

Por ello, las páginas de esta revista, cargadas de cultura, como son los Premios CAECILIA, en su 21ª edición, o cargadas de nuestra historia, la Recreación de la Batalla de Bailén; y la historia de otras poblaciones, como La Peza o Úbeda. Cargada de buenas vibraciones, de noticias positivas, suponen una ventana abierta por la que entra aire fresco en esa atmósfera de apatía y dejadez que nos invade.


*Miserable por la crisis y las situaciones de penurias que ha provocado en las familias. Miserable por el acoso permanente a que se somete a la cultura con un IVA abusivo, con la desaparición de subvenciones a las asociaciones culturales, con el recorte de la inversión en cultura de las Administraciones Públicas. Miserable por la situación de nuestros centros educativos y de nuestras universidades. Miserable por la permanente pérdida de calidad de nuestros servicios públicos. Miserable por el ejemplo miserable de nuestros miserables políticos. Y, sobre todo, miserable época por la pérdida de valores éticos y ciudadanos de nuestra sociedad, y por la sensación de inseguridad en que vivimos.


Manuel Nicolás Ozáez Gutiérrez para


BAILÉN INFORMATIVO

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