Páginas

martes, 30 de septiembre de 2014

EL TEATRO GENERAL CASTAÑOS COMO ESCENARIO DE LA MEMORIA


 EL TEATRO GENERAL CASTAÑOS COMO ESCENARIO DE LA MEMORIA

Por Miguel Hernández García


 Miguel  Hernández, abogado e historiador.  HOMENAJE PREMIO CAECILIA en el año 200­6. Fue director provincial del INEM y concejal del Ayuntamiento de Bailén.


La erosión del tiempo y la memoria puede llegar a sepultar muchos hechos que, en su momento, tuvieron trascendencia; y uno de ellos ha venida reclamar su derecho a ser desvelado, y es el de la lejana crónica del Teatro. Sacándola a la luz satisfago mi anhelo de escribir para la memoria y el tiempo, proyectando su recuerdo sobre un espacio teatral invisible, desaparecido, que de pronto se ilumina y en su escenario se representa, en un acto breve, completando un círculo, la memoria, la génesis de un lugar, la secuencia cronológica del nacimiento vida y muerte de nuestro Coliseo.

Mi atención e interés por él se remonta a los años finales de la década de 1940, cuando de niño, junto a mi hermano Manuel, acompañábamos a mi padre, los sábados y domingos, a ver el cine que, por entonces, la familia lo tenía arrendado, -tras la muerte de mi abuelo en 1939, junto con el de verano de la Carrera, el María Bellido- a don Antonio Huete, nieto del escribano don Jacinto Huete y Herrera (1829), de La Carolina, casado con la bailenense doña María Pilar Vega Moreno (1825), con domicilio en la calle Zarco del Valle, nº 2. Dicho arrendamiento perduró hasta comienzo de los años 50, cuando tras múltiples pleitos, que agotaron todas la vías, se logró recuperar el uso y disfrute de ambas propiedades.

Siempre tuve la curiosidad de saber cuándo y quién construyó ese espacio, y al trasladársela a mi padre, su respuesta imprecisa era que fueron unos señores de Madrid. La misma no llegó a satisfacerme y, muchos años después, me comprometí a averiguarlo. Ese compromiso me ha llevado a un fructífero vagabundeo investigador por Archivos, Registros y Hemerotecas, que me han proporcionado cierto acopio de información que, tras su rescate, tengo el privilegio de poner ante los ojos de los lectores, como parte de nuestra intrahistoria.



El primer encuentro documental con la propiedad del edificio es a través de la escritura de fecha 25 de septiembre de 1935, conservada por mi padre, por la que mi abuelo Miguel Hernández Turón  (31-5-1885, 4-8-1939) lo compra por 12.000 pesetas a Antonio Arias de Saavedra y Jácome, Maestro Nacional en Andújar, vecino de Montoro que, a su vez, la había comprado el 7 de noviembre de 1934 a su tía doña Amelia Jácome Morales. Su superficie era de 602,5 metros cuadrados y el precio de venta fue de 14.460 pesetas. La escritura se formalizó ante el Notario de Andújar, don Santiago Oliver y Román.

Diligentemente, mi abuelo, pocos días después de la adquisición, el 19 de octubre, solicitó al Ayuntamiento Autorización de Reapertura. El Alcalde, don Pablo Aguilar la aprueba el 2 de noviembre, trasladándose el Acuerdo por el Secretario el 4 de noviembre. En el expediente, conocido gracias a la archivera doña Magdalena, figura, entre otros, el certificado médico de don Antonio Alcalá Campos –bisabuelo de mis hijos- en el que consta que el local reúne las condiciones de salubridad e higiene. Un dato interesante lo proporciona una carta de 27 de abril de 1935 dirigida por Prudencio a Purita, mis futuros padres, entonces novios, a Carcabuey (Córdoba), anunciándole: “que están avanzadas las obras en el Teatro, que aún no han terminado”. Lo que nos indica que por parte del señor Arias hubo autorización previa para realizar obras de reforma. Existe otro dato extraído del periódico LA MAÑANA, que nos aclara que ya el 19 de enero de 1936, el Teatro abrió sus puertas. El corresponsal da la siguiente noticia: “Con la obra denominada La Papirusa debutó ayer 19 de enero en nuestro antiguo Coliseo Castaños, la Compañía que dirige Luis Wanden-Berghe, con escaso público por haberse dividido en los dos Teatros (el otro era el Reding). El público que asistió no salió defraudado, esperando mejor suerte de taquilla en futuras actuaciones”.


Conocido todo lo anterior, expondré ya, intentando cerrar el círculo, lo investigado desde que se efectuó la primera inscripción registral de la finca; aunque alguna escritura relevante no pude consultar en el Archivo Histórico Provincial, por haberla retirados los herederos del Marqués de Contadero. Sí, en mayo de 1853, don Agustín Pérez de Vargas y Zambrana, Caballero Maestrante de la Real de Sevilla, vecino de Andújar, hijo del Excmo. Sr. Don José Mª. Pérez de Vargas, Marqués del Contadero, Caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén  *, y también con vecindad en Andújar, con 38 años de edad y nacido en 1816, vende: “Un terreno yermo y despoblado, sembrado de verde, dentro de los muros de la población de Bailén, que poseen sus ascendientes, conocido por los Huertos o Las Torres, y que para su mejor enajenación ha sido dividido en pedazos pequeños, para que se forme con todos una nueva calle”.

Aquí tenemos por vez primera la descripción de los terrenos que pocos años más tarde darían nacimiento a la calle del Teatro que, inmediatamente, se denominó así, quizá por conocerse que los compradores de uno de los pedazos tenían el propósito de construir un Teatro **. En concreto, este trozo separado, que daba a la calle Baeza, se vendió a los señores don Alfonso y don Juan Mª. Carvajal y a don José Soriano y Marañón, por 2.180 reales, según escritura de 23 de agosto de 1.854. El terreno linda a levante con corrales de la casa de José Santafausta; a poniente con terrenos de Lucas Soria; al sur con la calle del Teatro (esto aparece en la inscripción registral de 17 de octubre de 1863, que nos indica que ya estaba en construcción el Teatro); y al norte con más terreno del vendedor y de don Blas de San Martín (este señor fue teniente coronel de Infantería), con todas sus entradas y salidas, según usos y costumbres. Don Blas vivía entonces en la calle el Puerto, y don Lucas en la del Oro, y Santafausta en la de Baeza.


Esta finca descrita resulta propia de don Agustín, por herencia y adjudicación a su favor, al fallecimiento de su madre, doña Luisa Zambrana, Marquesa del Contadero, por sus derechos de legítima. La citada inscripción añade: “el solar citado es hoy edificio con destino a Teatro, situado en la calle del Teatro, de Bailén, no tiene número ni tampoco está numerada la manzana, tiene 32 varas y dos tercias de frente, por 22 varas de fondo, haciendo todo un área de 726 varas”. También se hace constar que los tres compradores pretenden la inscripción del dominio adquirido por iguales partes en esta finca, pero no estando compulsados los índices de esta Oficina (La Carolina) en lo relativo a Bailén, suspendo la inscripción y tomo de ella esta anotación preventiva… El escribano don Miguel de la Vega para protocolar a la numeraria de don José Godoy Díaz.

Los compradores, hermanos, Alfonso y Juan Mª. Carvajal Barrionuevo, fueron familiares de los hermanos Eduardo, Joaquín y Carlos Carvajal y Velázquez Gaztelú. Joaquín fue rico contribuyente y Eduardo concejal y Alcalde, durante el período 1.893-1.905. Nacido en 1.859, pertenecía como heredero al Marquesado de Campoameno y casó con la andujareña doña Francisca de Paula de Acuña y Pérez de Vargas, pariente de los Marqueses de Contadero. El otro comprador, Soriano y Marañón, era hijo de don Bartolomé Soriano y Aguilar y doña Mariana Marañón y Nueros, de Herencia. Fue Alcalde en los años 1851 y 1854.

Por escritura de 17 de agosto de 1.854, sabemos que otro pedazo se vendió a Martín Garzón Ruiz. Un total de 377 varas cuadradas por 1.122 reales; lindando por la derecha con casa de Pedro Rodríguez y por la izquierda con la de Pedro Villar. Apunto estos datos, referencias insignificantes, por si son de interés para algún descendiente. Por el Padrón de 1859 conocemos que había al menos ya cuatro casas construidas en la calle el Teatro, y que en ellas vivían, como cabezas de familia, José López, Manuel Camacho, Francisco Troyano y Juan Ciudad Real (?). Junto a ella había otras treinta calles más.



Posteriormente, al fallecer don Alfonso Carvajal, su viuda doña Mª. Dolores Pérez de Vargas y Castejón, se adjudica la finca, según escritura otorgada en Andújar el 6 de junio de 1868. La descripción señala: “Solar situado en la calle Teatro, marcada con el nº 4, se encuentra a medio obrar y linda por la derecha entrando con casa de José Santafausta; por la izquierda otra de José Soriano y por la espalda con otra de Blas SanMartín”.

En aquellos azarosos años, el recinto pequeño de la ciudad vieja, con sus 8.000 habitantes, apenas ya circundado por los restos de una ruinosa y semiderruida muralla, empezaba a expandirse y buscaba nuevos espacios fuera del Barrio Tahúr, situado al norte del Castillo, en cuyo altozano se comenzaba a sustituir sus huertos por nuevas calles. Antes había sido en el sur, con la calle Arrabal, que ya existía en 1764, fuera de las murallas; y en el este la de Baeza, que debió nacer en la década de 1570. Con los restos de las angostas murallas, como las anexas a la calle Baeza y su Puerta, utilizándolos como cantera, debieron construirse algunos edificios, casas y hasta el propio Teatro, como ha sido costumbre en todas las épocas.

Continuando con las inscripciones, la siguiente es de embargo del solar por el Banco de España, por impago de cierta cantidad, a las dueñas de la finca, en ese momento doña Francisca Carvajal y Pérez de Vargas y su hija Mª. Dolores, viuda de don Alfonso. El embargo fue por la ejecución de sentencia de remate dictada contra don Alfonso, adjudicándosela por las dos terceras partes de su valor. Por el procedimiento de apremio seguido, el Banco se queda con esta finca y dos más por la cantidad de 12.362 pesetas. La fecha de inscripción es de 31 de agosto de 1912.

Otra posterior, de 14 de septiembre de 1931, es la de la venta por el Banco a don Juan Alcalá Campos, hermano del doctor don Antonio, que llegó soltero, desde Cadiar (Granada) y casó con doña Carmen de la Torre. Fue administrador de la Casa Barreda, y tras él llegaron desde las Alpujarras sus hermanos Antonio, Paco y Jesús. Todos solteros y casaron en Bailén. Con la misma fecha de septiembre de 1931 hay otra inscripción por la que don Juan vende “la casa con destino a Teatro”, se dice, a doña Amelia Jácome Morales, según escritura de 21 de julio de 1931. El valor de la misma, según aprecio pericial, era de 10.029 pesetas. No aparece el valor de la venta.


Y aquí la historia de mi peregrinaje investigador cierra el círculo, con la sensación de haber hecho sino rozar la piel de las cosas pasadas, aunque nos hayamos enterado de muchos sucesos nuevos, pero ahora se abre el corazón a la melancolía del recuerdo. El Teatro representó un papel importante en la animación cultural de la ciudad. Para mí, escribir sobre él es como hablar con emoción y nostalgia de alguien muy querido que se nos fue para siempre. En hurgar en la herida que me causó su cierre y demolición en los años 1958-59, pues cuando yo nací el Teatro era ya un anciano con más de ochenta años de existencia en la mente de quien lo creó.

Fue, sin lugar a dudas, el foco de atención ciudadana, entreteniendo y enseñando a varias generaciones con la maravilla mágica de su espectáculo; el lugar imprescindible donde celebrar actos, funciones benéficas, celebraciones, mítines y otros eventos cívicos. A él acudía el público puntualmente a olvidar sus problemas y preocupaciones y a alegrar sus penas, que no eran pocas. Algo similar a lo que en el plano sentimental y de amoríos realizaban las mozas bailenenses los años 30 y 40 del pasado siglo, que para mitigar sus desengaños amorosos, cantaban aquella popular coplilla: “Mi novio me ha dejao. Pero no tengo pena… La esquina de Mazarro la tengo llena”. Con ella daban a entender que, en esa bullanguera y trajineada esquina, al lado de la Plaza del Mercado, siempre tendrían la oportunidad de que algún mozo las piropease y les hiciera requiebros, con lo que la pena duraba justamente lo mínimo y preciso.

Eran los tiempos de aquel “carrusel mágico”, por lo presencial y comunicativo, en que la mitad del pueblo paseaba, en doble fila, hacia arriba y hacia abajo, desde el Paseo, tras darle la vuelta, hasta la esquina de Paquito Mazarro, con su tienda variopinta y su fiel ayudante Manolico Comino, en un ininterrumpido ¡hola y adiós! de la concurrida gente. Padres con sus hijos de la mano, como fue mi caso; novios con sus parejas y donjuanes en busca de la moza lisonjera que trataba de encontrar acompañante. Aquellas tardes de sábados, domingos y fiestas de guardar eran gloriosas, en espera de ir al cine, y destilaban una humanidad participativa y con permanente afán de comunicación. Todo lo contrario de los actuales fines de semana, en que las calles, y el pueblo en general, parecen fantasmales, sin un alma que las pasee infundiéndoles su espíritu alegre y festivo.

Sí, el Coliseo,como se lo denominó, fue una pequeña joya, pese a que su fachada era anodina, con dos puertas y tres balcones; como se puede contemplar en una foto de García en el Programa de Fiestas del año 1947, en la que se indica el año 1.880 como el de su inauguración, extremo que no he podido precisar ni en el Ayuntamiento, Colegio de Arquitectos, ni Archivo Histórico Provincial. Así pues, tenía una puerta de acceso al público y la otra de evacuación y para cargas de material escénico, que estaba a continuación de las taquillas. Su configuración interior adoptaba un esquema con la secuencia de vestíbulo-sala-escenario, consolidado como signo de lo teatral; con su curvo interior de la sala, en forma de herradura, con un amplio vestíbulo, que precedía a la sala y albergaba los servicios públicos como aseos, guardarropa y un pequeño bar al fondo, según se accedía por las escalinatas de entrada. En el nivel intermedio de la sala estaban los coquetos palcos, las plateas laterales con sus sillas de anea; y arriba el “gallinero”, el paraíso, con sus bancadas de madera. Un escenario profundo, con servicio o sistema de poleas para maniobrar el telar. Un pequeño foso para el piano y el apuntador, la concha. Y también estaban los camerinos para el cambio de ropa de los actores.


Ese era nuestro pequeño Coliseo, en cuya construcción se hizo presente la influencia cultural de la arquitectura madrileña, como se aprecia con la fotografía del Teatro Madrileño El Dorado, copia ampliada del nuestro, que desapareció en 1903 a consecuencia de un incendio. En nuestra provincia tuvieron participación los arquitectos don Ramón Pajares Pardo y don Pablo del Castillo García Negrete. Y esa influencia se reflejó en el Teatro San Ildefonso de Linares, de 1864; en el Principal de Jaén, de 1850; en el Darymelia de Jaén, de 1900 y en el Ideal de Úbeda, de 1920, entre otros de la época. El nuestro fue de los primeros que se vieron influenciados por las ideas ilustradas que, de seguro, asumieron sus promotores, los Carvajales y sus socios, viniendo a sustituir a los Corrales de Comedias, salones y sociedades privadas en los que se representaban, en paralelo a los locales públicos, múltiples espectáculos populares.

Hoy, esos locales públicos han desaparecido, al menos en los pueblos, sepultados por la televisión y las redes sociales, que lo invaden todo ***. Ya no disfrutaremos de aquel cine que, en su calidad de crisol de imagen y sonido, se convirtió en el lenguaje idóneo con el que se narraron historias eternas, que llenaron nuestra memoria y nuestro ocio con lágrimas y sonrisas de felicidad. Se rompió, sin posibilidad de retorno, el mágico ceremonial, el hermoso y divertido ritual de “ir al cine”. Y como escribió el filósofo José Luis de Aranguren, con su habitual perspicacia: “  todo viene, se va, vuelve a venir y a irse. Pero nunca vuelve de la misma manera”. De aquí, digo yo, finalizando, que en ese ir y venir por el que hemos discurrido, y en recuerdo y homenaje de lo desaparecido, que nunca volverá, me congratulo por haberos podido ofrecer este artículo, mostrando al Teatro General Castaños como imborrable escenario de la memoria.

     Bailén, mayo de 2014


Reseñas pie de página:

    * Noble latifundista que antes tuvo el título de Marqués de la Merced, con propiedades en más de diez municipios.

** En 1854, precisamente, era Alcalde don José Soriano y Marañón, por lo que adjudicarle el nombre estuvo justificado.


*** Hasta las mentes de una humanidad gregaria y dependiente (en palabras del propio autor del artículo).

No hay comentarios:

Publicar un comentario