CARMEN
GUTIÉRREZ HERNÁNDEZ
Cuando
niños, mocosos de los que colgaban dos velas,
Apenas dos
palmos del suelo, un pañal de tela de quita y pon;
Ruidos en la
habitación donde las literas
Miraban al
cielo de un techo con el que chocaban las cabezas.
Entretenía
nuestras noches con su voz y su abrazo.
Ni siquiera
el sueño, nuestros llantos o pesadillas
la asustaban.
Guardia del
día y de la noche de siete almas en rebeldía:
Una, la
mayor, exiliada. El otro, un guerrero adiestrado. El
Tercero, con
gafas, el poeta de voz rota y cortada.
Idénticos no
fueron los siguientes, ni siquiera parecidos,
Enfrentados
por el carricoche, la ducha o la cama.
Recién
salida de cuentas otros dos se presentaron,
Recibidos
como lo que siempre han sido, los pequeños
En quienes
sus padres proyectaron sus sueños en
Zonas que no
pudieron por mor de la vida ser disfrutadas.
Hoy es otro
siglo, otra vida, otras ciudades, otras familias.
En cada casa
se respira el calor de los hijos, 18,
Resquicios
de aquellos otros que un día decidieron
No dar la
partida por perdida, sino luchar.
A menudos
fatigados, deshechos, destrozados,
Nunca
vencidos, jamás desarbolados.
Desde
nuestros ojos vimos crecer el mundo
En nuestro
alrededor, tomados de la mano, sin
Zozobra,
porque una madre vigilaba desde las sombras nuestros pasos.
Manolo Ozáez
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