Al cura Mariano, durante unos años, se le encomendó ejercer el Ministerio de Jesús, en un garaje. El cocherón era sucio, alto y frío, más oscuro que claro y más tenía de bruto que de término, aun así, la Diócesis, atendió las súplicas de los fieles y encomendó al cura Mariano la obra de construir un nuevo Templo en la barriada que tanto creía y crecía.
Quiera que el templo, el barrio y las calles se alzaban todas a la vez como una maceta de hierbabuena, pero aunque las obras de la Iglesia iban con buen tino, necesitaban de la ayuda accesoria del dichoso garajito para que la palabra de Dios se pudiera transmitir desde el primer día.
Aquella tractorera se había acondicionado de forma humilde pero completa, y no había detalle que le faltara: el confesionario se confecsionó con unas puertas de contrachapado y un biombo de madera que ya no utilizaba en el Bar del Don Diablo y que hubo de separar la entrada a los baños de Señoras y de Caballeros.
Los bancos para los feligreses eran las mismas butacas de hierro del cine de verano, y que no tuvieron que devolver porque ya nunca volvería a abrir. Si pasabas las manos por debajo de las chapas de los asientos aún descubrías multitud de chicles y mocos pegados, duros como estalactitas. Eso sí, las Misas solían ser más cortas que las películas, por lo que a las posaderas no le daban tiempo de ponerse cuadradas en tan incómodo reposo.
El altar, era de un antiguo escenario de teatro, o de un antiguo tablao flamenco, sobre esto nunca sabremos más, pues los cronistas del pueblo nunca se pusieron de acuerdo sobre el origen de aquellas tablas sagradas. El vía crucis de la pared lo formaban unos cuadros, un poco azulados por el sol, y patrocinados por "Pirelli" una empresa de neumáticos. La pila bautismal antiguamente había sido una fuente de piedra que había en el Paseo, que una vez arrancada y sustituida por una de hierro con pedal de grifo,apresaba ahora las aguas sagradas en aquel templo provisional. Aún así, algunas gentes mientras se persignaban, en vez de decir el famoso "En el nombre del Padre y del Hijo" murmullaban para sí: "Pa´ el cabreo, agua del Paseo..."
Durante una Novena y debido a la lluvia, tuvieron los ritos que suspenderse para que entrase un remolque lleno de aceituna a la improvisada parroquia. El tractor no estacionó dentro, eso nunca lo permitiría el cura Mariano, pero el acarreo tuvo que entrar. Había empezado a llover a cántaros, la almazara estaba cerrada y la aceituna se podría estropear si pasaba mucho tiempo bajo el agua.
Con los ojos guiñados por la claridad del exterior y con los oídos sufriendo dentera por el chirriante ruido oxidado de las bisagras de aquellas enormes puertas onduladas de hierro pintadas con el acostumbrado color verde, sorprendió Bonoso a la parroquial en mitad de la Novena. Se descubrió la cabeza, metió "la roulotte" como decían finamente en los madriles, con cuatro certeras, violentas y medidas maniobras. El remolque en menos de un minuto aparcado y apartado en una esquina. Bonoso se despidió con un sobrio "A la Paz de Dios", dejándolos tal y como los había encontrado, asustados, atónitos y paralizados mientras ya fuera de peligro, se volvia a cubrir la cabeza y encendía un ducados mientras se parapetaba de la lluvia en un zaguán cercano.
Con los ojos guiñados por la claridad del exterior y con los oídos sufriendo dentera por el chirriante ruido oxidado de las bisagras de aquellas enormes puertas onduladas de hierro pintadas con el acostumbrado color verde, sorprendió Bonoso a la parroquial en mitad de la Novena. Se descubrió la cabeza, metió "la roulotte" como decían finamente en los madriles, con cuatro certeras, violentas y medidas maniobras. El remolque en menos de un minuto aparcado y apartado en una esquina. Bonoso se despidió con un sobrio "A la Paz de Dios", dejándolos tal y como los había encontrado, asustados, atónitos y paralizados mientras ya fuera de peligro, se volvia a cubrir la cabeza y encendía un ducados mientras se parapetaba de la lluvia en un zaguán cercano.
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