Las tarjetas de crédito de los políticos
Por Andrés Cárdenas
No solías encontrártelos en los restaurantes porque preferían los
reservados. Eran políticos vestidos de trajes caros y corbatas de seda que
llegaban y pedían lo más caro de la carta. Iban en manada. El camarero, que ya
sabía de qué iba a aquello, le recomendaba:
-Tenemos unas
quisquillas de Motril estupendas.
-Pues ponga una ración.
No, mejor dos, que vamos a tocar a pocas.
El camarero se
animaba:
-Y nos han entrado unas
cocochas exquisitas. Fresquísimas. -Pues ponga otro par de raciones. Al centro. ¿Y el jamón ibérico, es bueno?
-Buenísimo. Pata Negra.
Cinco jotas.
Todo lo recomendado por
el camarero, que por supuesto era lo más caro, terminaba en la mesa. Luego venía
el vino.
-¿Prefieren los señores
un Viña Ardanza reserva o un Pesquera?
-¿No tienen Pingus del
97?
-Miraremos a ver –decía
el camarero, relamiéndose ante la propuesta de los comensales.
Luego llegaban las
copas:
-A mí póngame un Cardhú
gran reserva. Pero por favor, en copa de balón.
A la hora de pagar,
siempre había uno que se echaba mano a la cartera y que sacaba la Visa Oro
correspondiente al organismo que representaba, bien fuera la Junta de Andalucía,
la Diputación o el Ayuntamiento de su pueblo. Para maquillar su conciencia,
hablaban cuatro chorradas sobre el área que llevaban y decían que habían tenido
una comida de trabajo. Luego se iban tan campantes porque creían que eso era
necesario y que estaban salvando a la ciudadanía.
¿Creen ustedes que
exagero con la escena que acabo de relatar? En absoluto. Para muchos políticos
ocupar un cargo significaba eso: probar todas las delicatessens de la vida sin
pagar un duro. Ha tenido que llegar la crisis para que toda la mierda salga
fuera. Aunque no nos lo imaginábamos, nunca creímos que un político pudiera
hacer uso de una tarjeta para irse de putas, como lo que ha hecho el alcalde ese
de Valverde del Camino, y nunca mejor dicho, por lo de verde y por lo del
camino, camino del burdel.
O que todo un consejero
de Trabajo se gastara en un mes 25.000 euros en comidas. Ese tal Guerrero que
ahora está sentado en el banquillo de los acusados porque se gastaba el dinero
público en cocaína y comidas caras. O que utilizaba las ayudas para fondos de
reptiles con los que tener contentos a sus amiguetes.
Señores políticos,
basta ya de mamoneos y permítanme un consejo. Estamos en crisis y seguramente
hacen falta recortes, pero hay que empezar por ahí, porque se eliminen las
tarjetas, porque se acaben los viñasardanzas en las comidas (¿acaso está malo el
mosto de Huétor) y porque se aquellos gastos de representación en los que se han
refugiados tantos y tantos sinvergüenzas para hacer lo que ellos nunca hubieran
hecho con su dinero. De acuerdo, todos tienen derecho a comer, beber y follar,
pero no con dinero público. Si esta etapa que se acaba (esperemos) hubiera sido
una película se habría llamado 'Sexo, mentiras y tarjetas de crédito'.
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