Buenas tarde amigos. Tú estarás indignado, pero yo estoy cabreado, colérico, porque no
veo la luz al final de este largo túnel de despropósitos y coyunturas sin pies
y cabezas que iniciamos en el año 2008. Creíamos que era cuestión de unos
meses, acaso un año, sortear la crisis financiera a la que nos castigaron las
hipotecas basura, las agencias de valoración, las entidades de crédito y los
mercados de deuda. Ahora, después de casi cuatro años, comprobamos que no era
flor de un día, que el andamiaje que habíamos engarzado a prisa y corriendo, no
sostenía lo suficiente el contrapeso de nuestros lujos y derivas consumistas,
que el estado de bienestar era una utopía que nos habíamos creído todos porque
así nos lo habían vendido los mercaderes de la abundancia y el oropel. En mi
ciudad, y por do quiera que nos movemos, comprobamos situaciones límite,
familias que acogen a los suyos y a sus problemas, rechazos sociales ante
aquellos que fueron espléndidos en sus compromisos y ahora no pueden afrontar
el trance y el apuro. Aquellos ilusos que llegamos a imaginar la resurrección
de los valores éticos y el retorno de unos principios acordes con un tiempo de
bonanza, nos encontramos con la apatía de las formas y los contenidos, con las
capciosas mentiras del setenta y tres por ciento de los políticos -por decir un porcentaje al azar-, y del
noventa y seis por ciento de los economistas en nómina de banqueros. Tú estarás
indignado, pero yo, y unos cuantos millones más, estamos un escalón más alto:
cabreados de tanta estupidez y de no
obtener respuestas, a pesar de que, desesperadamente, buscamos la luz al fondo
del largo túnel del abatimiento y
nostalgia que nos ha tocado vivir en este mar de hondo sentimiento.
Manolo Ozáez
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