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sábado, 23 de enero de 2010

El cura Mariano y la Coca-Cola.

Si a la gente le parecía un poco raro ver a un cura sentado en una terraza de verano de un bar que se llamaba Don Diablo, era porque esa gente no era del pueblo. A los pueblerinos le parecía una estampa habitual. No se sorprendían. Cada domingo su sombra ocupaba su lugar justo en el mismo hueco.

A la misma hora y en la misma mesa siempre se vislumbraba la misma silueta. Hasta un miope podría adivinar quien era el cliente. Aunque ese miope mirase desde el principio de la calle se adivina que era el cura. Con su sotana larga y enlutada la oronda figura de Don Mariano siempre ocupaba el mismo roal de la calle Principal. Y eso a la gente, después de tantos años le parecía cotidiano.

Tampoco a la gente le parecía nada raro que este cura siempre estuviese bebiendo sólo, sin compañía, con su botella de Coca-Cola en la mano. Parecía un cura moderno, con su tecnología de campanas, su plasma TDT y siempre sentado en la terraza de un bar con un refresco.

Bebida refrescante poco representativa de su gremio o de su edad, eso sí, pero cómo era un cura un tanto moderno, por lo de la tele o por lo de las campanas, pues a la gente no le extrañaba que otra de sus rarezas fuera que le encantara el refresco de cola.

-Camarero, lo de siempre. Siempre pedía. –Ahora mismo Don Mariano. Siempre le contestaban.

Antes de que le sirvieran su botella de Coca Cola, Cosme Cortés, camarero y hermano del dueño del Don Diablo, había preparado su embudo, su botella limpia de Coca-Cola y había vertido el vino favorito de Don Mariano dentro de la botella de cola. Vino tinto, se entiende. Después, con toda la ceremonia y parafernalia de un camarero que se había curtido en un Parador de Turismo, le sirvió con posavasos, servilleta y pajita, una única botella de cola, rellena con vino de la Tierra, y mientras la servía le decía al cliente: -Aquí tiene señor, su bebida. Y es que el cura no le permitía que dijera que aquí tiene su refresco o que aquí tiene su Coca-Cola. Había que decir la verdad en todo momento, no se podía mentir por mentir.

Y no es que al cura no le gustara la Coca-Cola. Es que el vino le gustaba más, y más aún le gustaba beber sin que nadie lo supiera. Sólo por disfrutar de la tranquilidad de beberse un buen vino sin que lo pudieran criticar en ese pueblo de porteras y chismosos, merecía la pena todo aquel teatrillo venial.

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