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lunes, 13 de abril de 2009

El cura Mariano y las campanas

RELATO
El cura Mariano era párroco de la Iglesia del abajamiento de Jesús. Al padre Mariano le encantaba la tecnología y había conectado las campanas de la Iglesia a su teléfono móvil. Sólo con marcar el teléfono de la sacristía sonaban las campanas. Ya no hacía falta que el sacristán se encargara de darle al botón que una etiqueta marcaba con la palabra "campanas" en el cuadro de fusibles.
Este artefacto iba a suponer un enorme progreso debido a que desde cualquier lugar del pueblo se podía acceder al mecanismo sin tener que estar en la sacristía para pulsar el botón de las campanas.
Al cura Mariano le encantaba el progreso, pero aún más le gustaba enseñarlo a sus feligreses. Si veía a alguna beata cargada con sus bolsas del mercado, no importaba de pararla durante largo rato para enseñarle la "ciencia". -Mire Josefa, yo marco en mi móvil el teléfono "sacristía", y fíjate, las campanas empiezan a repicar. La pobre de Josefa que nunca sabía cortar la conversación a nadie, aguantaba el peso de las bolsas del mercado, mientras el cura le explicaba los mecanismos de las campanas. Cuando terminó con la perorata los brazos de la beata le parecían extraños.
Y así, las campanas de bronce de la espadaña de la Iglesia no paraban de sonar. Una vez para enseñarle el dispositivo a Onorio, el enterrador, otra vez a la hermana Consuelo, otra vez al cura de la ermita de la Ascensión, al que tenía Mariano ojeriza por unos cupones de día del Domund.
Pero también sonaban las campanas cada vez que alguien quería consultar algún asunto de la Iglesia, ya que el dispositivo se activaba cuando alguien llamaba a la sacristía.
Ya no era necesario ir a la sacristía cuando fuera la hora de repicar las campanas, ahora había que ir a la sacristía cada vez que sonaban las campanas, porque era señal de que estaban llamando por teléfono.
Y así se veía el cura Mariano, de vez en cuando, corriendo por las calles, levantando su sotana para ir más a la carrerilla, cada vez que se oían las campanas, para contestar raudo al teléfono, no fuera a ser una llamada del Obispo, que nunca era...
por Miguel Ángel Perea

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