PITURDA: LA 'EPOPEYA DE UN HOMBRE VULGAR'
Icono de la memoria sentimental de Jaén, Octavio Ortega cumple 30 años de impresencia en la ciudad un 2020 que pasará a la historia a manos del coronavirus
Octavio Ortega, el jiennense que tras una durísima existencia ha llegado a convertirse en todo un icono de la memoria sentimental de Jaén, cumple treinta años de impresencia en las calles de la ciudad este 2020 que pasará a la historia de la mano del coronavirus. Desconocido para muchos pese a su trascendencia popular, quienes lo conocieron de primera mano revelan para Lacontradejaén la otra cara del mito: la más íntima.
"Lo que yo pueda decir de Octavio (en casa nunca lo llamamos Piturda, nunca jamás), es que era una persona de lo poco que hay, muy agradecida. Vivió no como un loco, sino en otro mundo, por no admitir la realidad, y se murió completamente cuerdo. Así fue". Como el mismísimo Don Quijote a la hora de su muerte.
Son las sobrecogedoras palabras de Rosario G. C., benefactora (junto con su conocida familia) del popular personaje jiennense y que, tras décadas de discreción en torno a esta icónica figura, revela a este periódico detalles, vivencias y anécdotas vividas en primera línea con Octavio Zacarías Ortega Jurado, que ese era su nombre completo.
Eso sí, la impagable generosidad de Rosario no impide que aquello de Mateo 6:3 (a buscar en los Evangelios se ha dicho) presida su testimonio, de ahí que prefiera mantener el anonimato a sus apellidos a la par que, por vez primera, consiente que se desvele su nombre.
"Fue la persona más agradecida de todas cuantas ayudamos en nuestra casa. No tenía nada, pero lo poco que tenía (a lo mejor unas galletas en el bolsillo), se las llevaba a mis hijas. Era un primor", evoca mientras su pensamiento viaja años atrás para traer hasta este año de pandemia el recuerdo de una leyenda de aquí.
BIOGRAFÍA DE UN "HOMBRE ENTRAÑABLE"
"Era un personaje entrañable, fundamentalmente. Un hombre que, en general, la gente apreciaba y estimaba como lo que era, un mendigo. ¡Pero no vivía de la caridad, cuidado!, sino de sus tejemanejes, tenía sus cosillas, iba con su carro y como compañía tenía dos o tres perritos, sus compañeros del alma; de hecho su imagen está asociada a esos animales, que acompañan al hombre desde que cruzó con ellos el estrecho de Bering, según me dijo un amigo antropólogo".
Así recuerda a Piturda José Montané Ramírez, profesor, artista y concejal de Cultura, Festejos y Deportes en diferentes legislaturas municipales desde el año 1983.
Envuelta por el mito o el desconocimiento, lo cierto es que la vida de Octavio Zacarías Ortega Jurado comienza en Jaén el 2 de junio de 1902. Hijo de padres tosirianos según algunos, lo cierto es que poco se sabe de su existencia más allá de su trabajo como sillero, viejo oficio cuyo aroma de anea lo acompañó hasta no mucho antes de su muerte.
Y es que, según Rosario G. C., en uno de los episodios de la última etapa de su existencia el protagonista de este reportaje, ni corto ni perezoso, abandonó la residencia Fray Martín de Porres del barrio de Belén y San Roque, donde estuvo acogido una temporada, y "se fue con el sillero con el que había trabajado, en la Cuesta del Pregonero, cerca de la antigua Fábrica de Cervezas El Alcázar".
Se trata de la Sillería San Vicente, cuyo dueño "lo llevaba los domingos a comer paella en su casa", aclara Rosario mientras recuerda entre sonrisas las palabras que el dueño del establecimiento pronunció cuando Piturda decidió quedarse en la sillería: "Quiere dormir entre la anea".
Casado y padre de un hijo, parece que el malogrado matrimonio fue una de sus heridas más hondas y la causa de sus cabreos a cuenta de un apodo que, dice Rosario G. C., suponía toda una afrenta para él:
"Para él era una ofensa terrible. Su mujer se fue con su hijo, supongo que tendrían problemas, y se agitaba mucho porque Piturda degenera de pitones, de cornudo. Como él tenía el corazón bastante fastidiado yo me indignaba, paraba a todo el mundo y le llamaba la atención, no lo soportaba, porque sabía lo que él pasaba".
"Una de las cosas que más le fastidiaban era que nadie se metiera con él: la indiferencia", defiende, sin embargo, José Montané. Que hablen de uno, aunque sea mal, pensaba Wilde. Sea como sea, lo cierto es que el improperio o el silencio podían salirles muy caros a quienes osasen echárselo en cara o, por el contrario, optasen por el silencio:
"El trato con él era complicado, era un hombre que vivía mal, solo y arrinconado. Además tenía la cabeza ya un poco ida. Lo provocaban, y él agarraba un bastón o un hierro y te podía dar un leñazo. Eso se convirtió ya en una burla perpetua y él vivía muy estresado esos años de su vida, los únicos que lo entendían eran los perros", sentencia el exedil.
Recogió cartones y todo lo que encontraba, pobló las calles jiennenses con su inconfundible presencia y sus perros, sus exaltadas reacciones a quienes le provocaban y, andando andando, le sorprendió la muerte un 14 de marzo de 1990. Paradójica coincidencia de fechas si se tiene en cuenta que justo treinta años después, ese mismo día, el Gobierno central declaraba un confinamiento total por el Covid-19, que seguramente le habría costado mucho pero que mucho trabajo respetar a Octavio Ortega.
Llamaron un día a mi casa desde el Hospital Princesa de España, donde estaba ingresado tras detectarle un cáncer de esófago, y le dijeron a mis hijas que si quería verle vivo, que bajase. Fue un drama; nos bajamos al hospital y estuve con él hasta el final. Me preguntaba por mi padre y mi marido. Y a mí me dijo: Señorita, ¿cómo se llama? Me entró una pena de pensar que no sabía cómo me llamaba después de tanto tiempo con él... Las lágrimas se me cayeron", expresa, emocionada, Rosario G. C., 'heredera universal' de la 'fortuna' de Piturda:
"Me dejó la casa del reloj, el edificio del Paseo de la Estación", un inmueble bancario de cuya propiedad hacía gala quien, gracias a la caridad de la familia de Rosario, gozó de ropa limpia, comida diaria y hasta Lotería de Navidad: "Le encantaba", afirma. Allí, en el actual Neuro-Traumatológico de la capital de la provincia, cerró sus ojos para siempre el bueno de Octavio ni solo ni abandonado ni olvidado, al contrario de lo que se asegura en publicaciones y redes sociales con argumentos infundados.
En el nicho número 9 de la sección San Francisco del Cementerio de San Fernando, Piturda descansa en paz tras una aventura vital de ochenta y ocho primaveras. "No se queda ningún año sin sus flores en Santos, para nosotros es muy importante que ese día él sea como todo el mundo, lo tenemos siempre en nuestra mente y nuestro corazón, en casa lo consideramos como algo nuestro", concluye Rosario, y apostilla: "Lo enterramos con su bastón". Genio y figura hasta la sepultura, reza el refrán.
DE LA CALLE AL IMAGINARIO POPULAR
"En el año 81, Carmelo Palomino presentó un cartel al Ayuntamiento para la feria de octubre; no ganó, pero él hizo una edición por su cuenta. Era un retrato de Piturda", rememora Montané.
Una obra que, sin duda, contribuyó a convertirlo en icono popular, en mito no de las cavernas, como el de Platón, sino de las tabernas: "Muchos de los que nos dedicamos a la cuestión artística pensábamos entonces que la taberna no era un sitio denigrante, sino un lugar para ampliar el ámbito sociológico de las personas, para conocerse, estimarse y para beber un vaso. Por eso hay cierta coincidencia a la hora de estimar a estas figuras, como el Rápido, Pepinico y otros", explica el profesor.
Tanto caló entre la gente de la capital, tan entrañable era el recuerdo del hombre y sus perrillos que hasta se propuso rotular una calle con su nombre en el barrio de Santa Isabel; una intención que, finalmente, no llegó a buen puerto.
"Queríamos cambiar los nombres de cuarenta y cuatro calles vinculadas con el régimen franquista en sus nombres, así que para la segunda travesía de José Antonio Girón de Velasco propusimos calle Piturda, con el respaldo de la Peña Seli, don Julián Campos León y don Julián Bravo Estepa, que presentaron sus escritos de apoyo en el Ayuntamiento. Pero los vecinos protestaron, nos escribieron diciendo que no estaban de acuerdo, les parecía una ofensa. No queríamos crear discordia y finalmente le pusimos la calle a Francisco Ayala, que sí les pareció bien, no hubo protestas", detalla Montané.
Sin calle, sí, pero a ver quién le discute el sencillo y hondo legado del que su tierra disfruta gracias a las ocurrencias legendarias que lo caracterizaron: "El pitido, el grito de Piturda y su nombre han quedado como algo significativo para Jaén; una vez, fue el Real Jaén a jugar a Madrid y él también se desplazó a ver el partido; al llegar se preguntó dónde estaría la gente de Jaén, soltó lo de Piturda y todos los jaeneros le respondieron. ¡Era algo muy de Jaén!, exclama Rosario.
Una publicación, grafitis urbanos y la eternidad en una página de la intrahistoria jiennense corrieron mejor suerte que la pretendida vía urbana y, a día de hoy, mantienen vivo al personaje.
UNA VIDA COPADA DE ANÉCDOTAS
Las casi nueve décadas de vida del protagonista de esta sección dieron para mucho, y de todo se cuenta entre quienes lo conocieron o solo de oídas saben que existió. Anécdotas y aventuras para todos los gustos que conforman una hagiografía piturdiana salpicada de amarguras.
Entre estas últimas, un ataque a la que era su morada diaria, cerca del viejo camposanto, que lo dejó aún más con una mano detrás y otra delante:
"Vivía en una chabolilla, llegó un 22 de diciembre y vino a casa con una cara fatal, malísimo, aterido de frío; nos dijo que le habían quemado la chabola. Se quedó en la calle, no tenía dónde ir, ya no tenía los perritos y lo metimos nosotros en nuestra nave. Lo tuvimos allí bastante tiempo", evoca su benefactora.
Precisamente a ella le hizo pasar un mal rato cuando "un día, de pronto, desapareció": "Tenía mal una mano, en la que decía que le habían pegado un tiro en la guerra; me volví loca, llamé a la Policía y resulta que se había ido a Madrid a ver al Rey para reclamar su paga del tiro de la guerra. Me iba a dar algo, la Policía me decía que no le había podido pasar nada, porque no se encontraba su cuerpo. Ahí le llamé de todo", manifiesta entre sonrisas.
Los 'contactos' de Piturda con la realeza o lo más granado de la sociedad fueron, además de argumento propicio para su leyenda, una realidad incontestable, como certifican los documentos gráficos existentes.
No en vano, es mítico ya su agasajo a Doña Sofía durante la visita regia de los monarcas al Santo Reino en 1980, cuando sin cortarse ni un pelo se acercó al coche de la Reina y la obsequió con un ramo de flores: "Se lo dio la Floristería Jauja. Le dijeron que si se lo daba a la Reina no se lo cobraban", asegura G. C.
Ahí está también la visita de Adolfo Suárez a la provincia en 1979, que dejó al duque perplejo cuando Ortega Jurado le presentó una de sus 'libretas de multas', con las que hacía las delicias de los vecinos de la ciudad en aquellos tiempos amenazándolos 'terriblemente': "Ay cuando me den la pistola, los que van a caer", decía, exaltado.
Entre esas vivencias, Rosario trae a su memoria y comparte con los lectores de Lacontradejaén un instante agridulce:
"Alguien le dio un uniforme de los conductores de autobuses, de color azul, y se lo llenó de chapas. Cuando yo llegué a la hora de la cena a la nave y lo vi con el uniforme, le dije: "¿Y eso? —Es que soy el general, me dijo. —¿El general, de qué? Usted no es general ni es nada, entérese de una vez. Bajó la cabeza y me dijo: —Es verdad". La mujer no ha podido olvidar aquel momento: "Lo vi tan triste, que le dije: —Bueno, Octavio: general... No era locura, es que prefería vivir en otro mundo, fuera de la realidad".
Como ese protagonista poético que el recordado Felipe Molina Verdejo retrató en su Epopeya de un hombre vulgar, seguramente sin pensar en Piturda pero clavándolo sobre la página en blanco:
"Ese que tuvo, por nacer jaenero, / muy buena cuna, pero mala estrella, / ese va a ser, por gusto del coplero, / el héroe familiar de una epopeya. // Héroe vulgar, sin más ejecutoria / que un rutinario batallar oscuro: / un pasado sangrando en su memoria / y la desesperanza del futuro //". Ahí quedó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario