Enclavadas dentro de las actividades del Bicentenario de los Hechos del Carbonero Alcalde, de Abril de 2.010, y que la Asociación CAECILIA recreó, en colaboración con la Asociación Histórico Cultural General Reding y Voluntarios de la Batalla de Bailén, en la localidad granadina de La Peza, en agosto de 2.010, se acordó continuar en sucesivos ejercicios (cada dos años), con la Recreación Histórica del enfrentamiento contra los franceses -en este caso los Recreantes uniformados procedentes de Bailén-. Previamente, se ha presentado la edición en facsímil, editado por la Diputación Provincial de Granada, del original de la famosa obra "El Carbonero Alcalde", del escritor accitano Pedro Antonio de Alarcón. La mesa de intervenciones contó con el moderador, Antonio Solís, profesor y director del Instituto de Benalúa, la alcaldesa de la localidad, Celia Santiago Buendía, el subdelegado del Gobierno en Granada, señor Santiago Pérez López, ex-parlamentario andaluz, alcalde de la ciudad de Guadix hasta enero del 2012 y catedrático de historia, además de con el actual alcalde de la ciudad accitana y Diputado de Cultura de la provincia de Granada, José Antonio González Alcalá y nuestro colaborador de la revista BAILÉN INFORMATIVO y secretario de las Asociaciones Culturales CAECILIA y GENERAL REDING, Manuel Nicolás Ozáez Gutiérrez, acompañado por el redactor Eufrasio Pérez Navío. En su disertación, Manolo Ozáez, inició su intervención recordando que el 19 de Julio de 1.808, los franceses, bajo el mando del General Dupont, sufrieron un duro revés en Baylen, lo que originó una corriente de optimismo en España y en Europa entre los opositores a Napoleón y sus políticas de intervención en otras regiones.
A la finalización de las intervenciones, que fueron ampliamente aplaudidas por el numeroso público asistente al acto, la Banda Municipal de Música de Lanjarón interpretó cuatro piezas. La primera, Bailén, de Ramón Zagalaz, en honor a aquella ciudad en la que ocurriera la famosa Batalla, y en honor a los amigos que vienen colaborando desde 2.010 en la representación de los hechos históricos, luego continuaron con una excelente interpretación de Los Sitios de Zaragoza, y por último la presentación oficial de la pieza en tres actos creada para tal ocasión, por el director de dicha Asociación Musical, titulada "El Alcalde Carbonero", para acabar con un pasodoble compuesto en los años 40 por un visitante famoso de la ciudad "del agua".
Al final, tras la entrega de una copia del facsímil de Pedro Antonio de Alarcón, a cada asistente, compartimos una copa de vino y un tentenpié, departiendo entre todos los asistentes y colaboradores, y haciéndole Eufrasio Pérez Navío, en nombre de la Asociación H. C. General Reding, al subdelegado del Gobierno y al Diputado de Cultura, de un ejemplar de la novela de Manolo Ozáez, "Nunca Supieron de qué guerra se trataba".
La redacción de BAILÉN INFORMATIVO
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El 19 de Julio de 1808 el invicto
ejército francés de Napoleón, sufrió su primera derrota en la ciudad jiennense
de Bailén, mi ciudad. De ese episodio histórico derivaron múltiples consecuencias en las
que no pretendemos profundizar, por no ser la materia que hoy nos ocupa. Sí
resaltaremos que una de ellas fue que Europa comprobó que era posible vencer en
campo abierto a la todopoderosa maquinaria de guerra gala. La segunda, el
inevitable espíritu de independencia que recorrió cada pueblo, cada vivienda y
cada corazón de aquella España paupérrima de principios del siglo XIX.
A pesar del endémico atraso social y
económico que se vivía en el país, consecuencia, entre otras, del mal gobierno
de unos reyes dedicados al ocio permanente y a la vida cortesana, los españoles
supimos unirnos en la lucha contra el invasor, fuimos capaces de crear un
Parlamento heterogéneo de naturales y criollos venidos de ultramar, en la Isla de León, actual San
Fernando de Cádiz, a cubierto de los avatares de la guerra, y, tal vez un hito
importante que en ocasiones olvidamos: idear una Constitución, “La Pepa ” de 1.812, que hoy por
todo el territorio conmemoramos.
Como aguas bravas, cual ríos
peninsulares, corrió la noticia de la victoria de Baylen, celebrándose como hoy
pudiéramos celebrar el triunfo de La
Roja en fútbol. Fueron decenas, cientos, los episodios que se
contabilizaron, donde el pueblo llano, hasta entonces dormido, se amotinó
contra la tiranía y usurpación del opresor, y entre estas narraciones, a los
que nos gusta la historia, pero también la literatura, nos encontramos con Las
Historietas Nacionales de Pedro Antonio de Alarcón, y con la epopeya de Lapeza.
Es cierto que los revolucionarios
franceses estaban convencidos de que sus ideas de “libertad, igualdad y
fraternidad” significaban progreso para las regiones y naciones de Europa, en
una idea de europeísmo a la carta, impuesto desde el Parlamento parisino,
curiosamente con ciertos paralelismos con esta Europa actual de imposiciones y
condiciones establecidas desde Bruxelas;
frente a la otra corriente imperante en occidente, representada por Gran
Bretaña, de monarquía caduca e imperialismo opresor. Con estas premisas ocuparon la península
ibérica, aislando el reducido espacio que ocupaba Portugal, histórica y fiel aliada
de Inglaterra. Y en esa ocupación que entendían pacífica y sumisa numerosos
pueblos se alzaron contra el invasor, caso del madrileño en el glorioso 2 de
Mayo que inmortalizara Goya, y siguiendo la línea en dirección a la Bahía de Cádiz, las tierras
de Castilla La Mancha ,
Despeñaperros, Córdoba, y en su retroceso Baylen, donde el General Reding, bajo
las órdenes del General Castaños, humilló al águila napoleónica que enarbolaba
el ejército de Dupont.
Pero no todos los pueblos fuero
hostiles, como Otívar, de donde era alcalde
el famoso guerrillero “El tío Caridad”, pues también se dieron casos
como el de la Junta Central de
Granada, de corte claramente afrancesada, que en Pinos Puente, decidieron
pactar con el general Horacio Sebastiani, justificándolo con el argumento
literal de “el bien de la ciudad, para
librarla de los horrores de la guerra y ponerla a cubierto de toda invasión”,
o el mismo Guadix ocupado, por enumerar algunos episodios cercanos a La Peza , aunque podríamos hablar
de cientos, e incluso de miles en los que los dirigentes de una aldea o ciudad,
en aras de proteger vidas y haciendas, aceptaron la sumisión al invasor. En
otros casos era por convicción, por adhesión a las ideas que importaba el
ejército imperial napoleónico, y al que se sumaron incontables intelectuales y
artistas denominados afrancesados, como el citado Francisco Goya, o escritores
como Meléndes Valdés o Leandro Fernández de Moratín, e infinidad de políticos,
como el caso de Cabarrús, y que otros redenominaron como colaboracionistas.
Estos supusieron, según las fuentes consultadas, entre 5.000 a 12.000 españoles,
si bien también se dieron casos de afrancesados que pasaron a las filas de los
patriotas, como el mismo Jovellanos o Quintana.
Ríos y ríos de tinta han corrido
sobre las razones para apoyar u oponerse al pujante poderío bélico de los
ejércitos napoleónicos, bien pertrechados, bien entrenados, e invencibles,
aunque aquellos que han profundizado en la historia de aquella época en España,
e incluso en toda Europa, lo reducen a la expresión de que “había dos formas de negociar con los franceses: por las buenas o por
las malas. Que era por las buenas, se acordaba entre ambas partes la entrada de
determinados grupos de soldados imperiales en la ciudad, donde se abastecían de
ganado, trigo, carnes, vino, telas y algunos más enseres necesarios para el
sostenimiento del aparato militar de ocupación, por el período que se pactaba,
liberando de violaciones a las mujeres y de asesinatos al resto de los
habitantes de las aldeas entregadas, así como respetando las haciendas y las
iglesias de la destrucción y el expolio. El mismo ejército, en su estructura,
contaba con policías y pelotones de ejecución que no dudaban en aplicar la
justicia en tiempo de guerra, según lo pactado, con el rigor exigible. Que era
por las malas, pues a saco, es decir: no se respetaban a las mujeres, niños ni
ancianos, por lo que imagínense a los varones adultos, concediéndose carta de
libertad a las tropas para que sembraran el terror y el miedo entre los habitantes
de las poblaciones que se oponían. Se quemaban haciendas, se expoliaban las
iglesias y conventos, sobre todo el oro y las obras de arte, en una especie de
brutal escarmiento que en ocasiones surtía el efecto deseado, pero que en otros
casos enaltecía a los pueblos contra los desmadres de los invasores. El único
límite era el honor militar de algunos oficiales, pues no existían Convenciones
o Tratados internacionales al estilo de la de Ginebra”.
En esta última categoría se encuadran
los hechos ocurridos en La Peza
en la primavera de 1.810, que no son ni más ni menos que un claro ejemplo de lo
que aconteció en miles de pueblos de toda la geografía española, que en
ocasiones fueron recogidos por los cronistas y escritores próximos, como en el
caso de Pedro Antonio de Alarcón, y en otros pasaron desapercibidos para los
literatos y periodistas de la época. Por suerte, el acontecimiento que nos
ocupa hoy, fue recuperado del olvido literario y mostrado como ejemplarizante a
las generaciones futuras, que tiempo tendrán de analizarlo con la objetividad
necesaria.
Ahora entenderéis que no fuera
casualidad que cierta tarde, calurosa, de mayo de 2.010 recibiera una llamada
en mi móvil procedente de un número para mi desconocido, y que al hablar el
interlocutor, se identificó como Celia Santiago Buendía, alcaldesa de la ciudad
granadina de La Peza. Tras
la presentación de rigor, me trasladó su interés por recrear el hecho histórico
que ocurriera en su pueblo en 1.810, y que magistralmente refirió el escritor
costumbrista accitano, Pedro Antonio de Alarcón, bajo el título “el Carbonero
Alcalde”. No me extrañé de su llamada,
para nada, pues de alguna manera, la esperaba desde hacía un tiempo, aunque ni
ella ni yo en ese instante lo supiéramos; en concreto desde que tuve conocimiento
del sorprendente y fantástico episodio que describe el autor “del cañón de
madera de encina, ahuecado al fuego,
ceñido de recias cuerdas y redoblados alambres, y cargado hasta la boca con no
sé cuántas libras de pólvora y con una infinidad de balas, piedras, pedazos de
hierro viejo y otros proyectiles por el estilo”, en una conversación en Las
Gabias, por boca de Eduardo Jiménez
Meana, comandante en la reserva del ejército, y presidente de la Federación Andaluza
de Tiro Olímpico, en el transcurso de una gala deportiva en la que colaboró la Asociación General
Reding a la que humildemente representaba.
Ahondando en la historia, descubrimos que La Peza forma con Bailén un
cuadrilátero con tres vértices insertos en la provincia de Jaén: uno apenas a
2,5 leguas de Bailén, en la ciudad romana de Cástulo, hoy Linares, pues desde La Peza partía hacia Cástulo un
desvío de la Vía Augusta.
Otra referencia es Andújar, a escasas 16 millas de la misma población jiennense, de donde partió el beato Marcos
Criado, monje trinitario que en el período de la Guerra de las Alpujarras,
fue hecho prisionero y muerto en la
Fuente de Belchite, y al que aún hoy se venera por media
Europa. Y el último vértice es Bailén y su principal hecho histórico, la Batalla de Bailén de 1808,
que por cierto no es el único, pues también en nuestro suelo regado de sangre
sufrimos la contienda de la
Batalla de Baecula, entre romanos y cartaginenses.
Con el tiempo profundizarán los
eruditos en estas sincronías, que no pueden ser simples casualidades y que
dejamos suspendidas en el aire a expensas de que algún historiador recupere sus
misteriosas intenciones.
Hoy en La Peza
se reedita en facsímil, la obra “El Carbonero Alcalde”, escrita por Pedro
Antonio Joaquín Melitón de Alarcón y Ariza en 1.859, con apenas 26 años,
recogiendo de labios de muchos de aquellos protagonistas que sobrevivían, de
Guadix y de La Peza ,
los trágicos hechos acontecidos en 1.810 entre los lapeceños y parte del cuerpo
imperial francés acantonado en las inmediaciones de la ciudad de Guadix.
Muchos han sido los autores españoles que han glosado las
gestas de los patriotas en aquella terrible y brutal Guerra por nuestra
Independencia, y por la restauración del felón rey Fernando VII, que creíamos
el salvador de la patria y a la postre
resultó un traidor a aquellas ideas de regeneración, progreso y libertad, en la
que tampoco incidiremos, pues darían para mil y una conferencia. De entre los
coetáneos a aquella época, recordaremos a Antonio Alcalá, cantor del 2 de Mayo
madrileño, e hijo del marino fallecido en el desastre de Trafalgar, Dionisio
Alcalá Galiano, o los poetas Juan Bautista Arriza, Juan Nicasio Gallego, Andrés
Vello, el Duque de Rivas, Juan Meléndez Valdés, Cristóbal de Beña, o Manuel
José Quintana, director del Semanario Patriótico, por señalar algunos
destacados ejemplos, aunque tengo que confesaros que entre los citados los hay
que ensalzaban a un bando y los que profesaban sumisión al otro, pero eso
habréis de descubrirlo vosotros mismos.
No nos olvidamos de otros poetas nacidos en el mismo siglo
XIX pero posteriores a los que vivieron la tragedia de la Guerra de la Independencia , que
cantaron las gestas de sus antepasados, como el jiennense Bernardo López García, al que se le conoce como “el
cantor del 2 de Mayo”, debido a su famosa oda, publicada en 1.866 en “El Eco
del País”; José de Espronceda, que utiliza su canto a los héroes como una
crítica a su propio tiempo, la mitad del siglo XIX; Andrés Vello, poeta y
político venezolano, maestro de Simón Bolívar, y por ende favorable a la
ocupación francesa de la península, pues como muchos revolucionarios de las
colonias, creían que la derrota de las tropas españolas traería aires de
libertad e independencia a sus regiones de ultramar. De Andrés Vello extraemos
un fragmento de su soneto
A la victoria de Bailén
Rompe el león soberbio la cadena
con que atarle pensó la felonía,
y sacude con noble bizarría
sobre el robusto cuello la melena.
La espuma del furor sus labios llena,
y a los rugidos que indignado
envía,
el tigre tiembla en la caverna
umbría,
y todo el bosque atónito resuena.
El león despertó; ¡temblad, traidores!,
lo que vejez creíste, fue
descanso;
las juveniles fuerzas guarda
enteras.
Perseguid, alevosos cazadores,
a la tímida liebre, al ciervo
manso;
¡no insultéis al monarca de las
fieras!
En paralela lista de escritores e historiadores nos
encontramos a la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda, Ros de Olano, ministro
de Instrucción Pública en 1.847; el vallisoletano José Zorrilla, o el propio
Manuel Machado, hermano de Antonio y que también cantara a Los Fusilamientos de la
Moncloa de Goya, aunque investigando en la lírica
española del XIX o del XX, he de reconocer que la lista es enormemente extensa.
En cuanto al teatro, relacionado con nuestra Guerra de la Independencia ,
destacaron figuras como fray Juan José Aparicio, Ramón de Valladares y
Saavedra, Roque Barcia, Juan José de Nieva, Antonio Saviñón, Francisco Garnier
González, José Mor de Fuentes o Francisco de Paula Martí, que además de autor
teatral fuera inventor del taquígrafo.
Sin embargo, son dos, para muchos, los grandes novelistas y
autores profusos en materia relacionada con la Guerra de la Independencia española
de 1808 a
1814. Por una parte, Benito Pérez Galdós, de quien mayormente conocemos sus
Episodios Nacionales, entre ellos “TRAFALGAR” ó “BAILÉN”, y el escritor que nos
ocupa, que dio a la literatura universal sus celebradas “Historietas
Nacionales”, entre las que se incluye la epopeya “EL CARBONERO ALCALDE” o “El
Alcalde Carbonero”, como popularmente se le conoce, y que transcurre en la
localidad granadina de Lapeza, donde ahora nos encontramos recreando dicho
episodio 202 años después de ser escrita con sangre, y 153 de ser narrada con
tinta por el accitano Pedro Antonio de Alarcón.
Preparado el coso para
la tienta literaria e histórica, a continuación cedo el capote al profesor de
historia Santiago Pérez López, actual Subdelegado del Gobierno en Granada, que
fuera alcalde de la ciudad de Guadix, la
cuna de Alarcón, desde mayo de 2.007 hasta enero de 2.012, y Parlamentario
Andaluz, que nos ilustrará sobre las destacadas figuras tanto de Manuel
Atienza, protagonista de “El Alcalde Carbonero”, como de su autor, Pedro
Antonio de Alarcón. Muchas gracias.
Nicolás Manuel Ozáez Gutiérrez
23 de agosto de 2.012
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