Ayer hablábamos sobre el papel de los representantes
criollos de ultramar en la
Constitución de Cádiz de 1.812, en un contexto de guerra de
independencia. Hoy nos toca alabar lo que supone la paz para los pueblos. Marco
Tulio Cicerón, en el siglo Primero antes de Cristo, sentenciaba que “las leyes guardan silencio cuando suenan
las armas”, metáfora de lo que supone la guerra para un estado de derecho,
aunque tal vez La Pepa
supuso la excepción que confirma esa regla: “Se elaboraron leyes mientras
sonaban las armas alrededor”.
Polibio, el insigne historiador y político griego, que
ubica la Batalla
de Baecula en el término de Bailén, nos dejó en el siglo Dos antes de Cristo,
otra cita para la reflexión: “Tiene sin
duda mucho mérito vencer en el campo de batalla, pero se necesita más sabiduría
y más destreza para hacer uso de la victoria”. Y de eso, ambos bandos, no
fueron generosos, tanto en aquella guerra como
en otras posteriores que no nombraré, para no levantar ampollas. De aquella falta de sabiduría y de destreza,
de nuestros gobernantes, y en concreto del rey Fernando VII, tras la guerra de la Independencia contra
los franceses, aún estamos huérfanos, pues perdimos el tren de la modernidad,
al apear en la primera estación los valores de libertad, igualdad y fraternidad
que traían los franceses, si bien con el horror de la barbarie y el fuego.
Otras guerras vivimos después, la 1ª Guerra Mundial, en la que descubrimos
hasta qué nivel de destrucción y canibalismo podríamos llegar la raza humana.
Después vino nuestra Guerra Civil, y comprobamos que también los hermanos eran
capaces de matarse por defender ideas distintas, posturas antagónicas. Antesala
de la 2ª Guerra Mundial, de 1939
a 1945, en la que perecieron en torno a 70 millones de
personas. Al parecer, estas cifras no nos enseñaron nada, pues después hubo más
guerras, es decir, sigue habiendo guerras. Y, al contrario de lo que pueda
parecer a los vivos y a los muertos, a los de aquí y a los de allí, estas
Recreaciones Históricas, pretender que estos episodios no se olviden, que calen
en la memoria colectiva de los pueblos; que la retina de cada persona almacene
las imágenes de las batallas, de los heridos, de los muertos, el sonido del
llanto, el estruendo de los mosquetes y de las piezas de artillería, el olor de
la pólvora. Aunque os lo presentemos como un juego, es nuestra intención
hacerlo lo
más real posible, para que sintáis el miedo que sienten
los hombres y las mujeres que marchan a la guerra, o que se ven atrapados por
ella. Las moralejas y las estrategias
las tendréis que idear vosotros.
A mediados del siglo XVIII, el inventor y estadista
Benjamín Franklin, escribía en su diario: “Nunca
existió una buena guerra ni una mala paz”, precisamente en un contexto de
guerra de independencia de las colonias americanas contra Inglaterra. Un siglo
después, el escritor Víctor Hugo afirmaba un axioma terrible: “El éxito de una guerra se mide por la
cantidad de daños que causa”.
Aún hoy, los
políticos, los intelectuales, los filósofos, y la gente corriente, se
preguntan, nos preguntamos: ¿qué mueve al hombre tranquilo y a la mujer
sencilla a odiar a su contrario hasta el límite de procurar su muerte?
Muchas gracias.
por Manuel Ozáez, secretario de la Asociación Histórico Cultural General Reding, de Bailén
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