Buenos días, en este primer viernes de 2012 en el que, tengo
que confesar, estoy algo confundido, mis dos rostros personales, el de asesor
laboral y fiscal, y el de escritor, entran en conflicto filosófico: Déjenme que
les explique: Todos sabemos que la ciencia económica es algo difusa y compleja.
Se formulan leyes, se plantean estrategias, se diserta sobre aspectos que, a la
postre, resultan totalmente antagónicos, contrarios, diametralmente opuestos, a lo que en un
principio se preveía. Medidas que creemos mejorarían la inflación, se
convierten en deflacionistas; políticas a priori a favor del empleo, en
ocasiones afectan negativamente a este contrayéndolo; fórmulas de reconocidos
expertos chocan de plano con propuestas de otros prestigiosos gurús de la
economía mundial. Tal vez lo más sencillo sería reconocer que la economía y los
mundos adyacentes, no tienen absolutamente nada de ciencia y sí mucho, yo diría
que demasiado, de hechicería, nigromancia y brujería, pues en raras ocasiones
las predicciones de los apreciados ecónomos se pueden explicar de forma precisa
o empírica, no digamos ya la de los rufianes y truhanes financieros del
presente, a los que siento tan responsables de la actual coyuntura
internacional. Es por ello que algunas medidas del actual gobierno, como la
subida de impuestos en el IRPF, la paralización de nuevos perceptores para la
aplicación de la Ley de Dependencia, el recorte de más de 600 millones en
investigación avanzada, la reducción del gasto público en casi 9.000 millones y
la congelación de la tasa de reposición de plantillas de funcionarios, por
citar algunas de estas medidas, no entiendo en qué pueden contribuir a reducir
las listas de desempleados y a mejorar el nivel de contratación de nuevos
trabajadores. Mi mitad profesional me dice que es necesaria la reducción de
gastos, así como elevados sacrificios, para cuadrar las cuentas públicas, pero,
mi otra mitad más retórica, idealista, menos pragmática, me susurra al oído que
no es el camino, que hacerle caso a los mercados financieros, a los rumores del
parqué, a los arrugados políticos de salón de la zona euro que cobrarán sus
prominentes sueldos a fin de mes, ocurra lo que ocurra, acierten o no en sus
predicciones, nos aboca a más de lo mismo, es decir, a seguir confiando en
aquellos iluminados que nos metieron en este embrollo y no son capaces de
sacarnos porque no tienen recetas y además, para colmo, no les aprieta el
zapato como nos aprieta al resto de pringaos.
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