Muchas veces, demasiadas, tengo la sensación de que lo que escribo no sirve para nada. Me pasa sobre todo cuando le dedico una columna a la corrupción política. Las dos últimas columnas han estado dedicadas a ese duque al que besó una princesa y se convirtió en rana (me estoy refiriendo al yerno del Rey, que por lo visto después de dejar el balonmano se aficionó al talonmano) y a las visas oro que piden los políticos nada más llegar al cargo público correspondiente y que utilizan para mariscadas y comilonas. Pero escribes sobre un caso de corrupción o del dinero público mal utilizado y enseguida aparece otro. Y tengo la misma sensación de aquel judío que llevaba 30 años yendo todos los días al muro de las lamentaciones a orar. Una periodista fue a hacerle una entrevista y le preguntó por qué y por quién oraba. El anciano judío le dijo que rezaba para que no hubiera hambre en el mundo, para que todos los hombres de la tierra pudieran vivir en paz y para que los políticos fueran honestos y honrados y trabajaran para el bien de la colectividad y no para el propio. La siguiente pregunta de la periodista fue:
–¿Y cómo se siente usted después de estar tanto tiempo rezando ante el muro de los lamentos?
A lo que el anciano respondió:
–Como si le estuviera hablando a la pared.
Pues de esa manera me siento yo. Tengo la idea, un tanto ilusoria, de que si escribo contra la corrupción o el despilfarro de de fondos públicos se van a acabar, pero abro el periódico y todos los días aparece uno nuevo. El último con el que me he topado es ese en el que se informa de que hay cargos de la Policía Local y bomberos que cobran dietas por ir a las procesiones y a los partidos de fútbol. Con un par. Va un cargo a un partido de fútbol, lo tratan como a un pachá (con ágape incluido en la zona vips del estadio durante el descanso) y encima le pagan una dieta. Miles de granadinos no pudieron asistir a los partidos del Granada contra el Barcelona y de la selección española cuando jugó en el Nuevo Los Cármenes porque no pudieron conseguir entrada. Estos señores del Ayuntamiento no sólo fueron de gorra y tuvieron sitio privilegiado asegurado, sino que encima le pagaron. El municipio, según ha denunciado IU, se gasta entre 380 y 1.000 euros por cada evento de este tipo. Pero el caso es más escandaloso cuando se ha sabido que estos señores cobran un sueldo complementario de 3.000 euros por trabajar las horas extras que requiere el cargo. Entonces… ¿a qué vienen esas dietas en los partidos de fútbol y en las procesiones? Además… ¿qué pollas hace un bombero en una procesión? En mi pueblo había un jorobado que vendía caramelos. Sus artículos más vendidos eran unos chupetes (él les decía chupones) de caramelo que les encantaba a los pequeños. Una vez que le multó el Ayuntamiento, para vengarse se ponía en la puerta del Consistorio y, a grito pelado, coreaba su producto estrella: ¡Hay chupones! ¡Hay chupones! Eso digo yo: ¡Hay chupones!
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