Como cualquier mortal, sin atisbo de chuminadas ni cosas por el estilo, no puedo sustraerme a escribir, manquesean -así se pronunciaba hace algunos años en mi barrio, Santa Isabel, en ´mi ciudad, Jaén- cuatro palabras en esta fecha, acontecimiento, cita, o como queramos llamarla:
11', 11'', 11 horas, del día 11 del mes 11 del año 11.
12 dígitos 1. Desde luego, para los amantes de las cábalas, esoterismo, fenómenos paranormales, locos de las estadísticas, para aquellos que ven dibujos fantasmagóricos en cada nube que surca los cielos; para los que lloran y ríen -como dice el anuncio de una bebida conocida a la que no voy a publicitar sin pago o negociación previa-. Para todos ellos, y, principalmente, para los extraños seres que se esconden detrás de la pantalla de un ordenador ideando jodidos virus o programas informáticos que nos hagan la vida más fácil, a la vez que nos la complican sobremanera, succionándonos en el vórtice hiperbólico del mundo virtual -tan alejado de la otra realidad que a mí tanto me gusta, pues me despeina, sintiendo el viento en la cara, e incluso después de la lluvia huele de forma especial la tierra y el ambiente- esta fecha simbólica, especial, vulgarmente rara, les da el necesario juego para idear conspiraciones, suspirar la novela que nunca se atrevieron a iniciar, menos aún a culminar, o, sencillamente para sospechar que un nuevo fin del mundo se avecina -ha empezado en la Isla de Hierro, junto a la población de la Restinga, creo-.
A mi me sugiere la curiosidad y la belleza de 12 números en forma de palito, que están deseando que deje de fijar mi vista en el papel, o en la pantalla del ordenador. Que pulse la tecla de "editar entradas", para ellos comenzar su vida, su nueva andadura, saltando de espacio en espacio, entremezclándose, brincando, tomándose un merecido descanso, aunque efímero, pues apenas durará su aventura 1 segundo, lo que tarde en moverse el dígito 11 segundos a 12 segundos, y con ello la magia del instante. Luego serán 22 segundos en lugar de 11. Más tarde los minutos, las horas, el día, y así sucesivamente, y aunque intentes detener el reloj, que seguro a alguno se le ocurrirá la brillante idea, no podrás, pues el destino estaba marcado en el calendario de un dios de novela que no suele descubrirnos el desenlace de la trama.
Mañana, "...volverán las oscuras golondrinas", y nuestras vidas habrán experimentado el vértigo de lo efímero.
Manolo Ozáez
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