Había entrado en vigor la Ley Antitabaco y él se veía obligado a fumar en la puerta del bar. Hacía frío. Con las manos metidas en los bolsillos el humo del cigarrillo se confundía con el del aliento que salía de su boca. De pronto la vio enfrente. Era rubia, de ojos castaños e iba embutida en un falso abrigo de pieles. Estaban solos en la puerta del bar y se imponía al menos un saludo. Enseguida empezaron a hablar sobre lo que les había unido momentáneamente. De que el Gobierno había convertido a los fumadores en unos apestados, de la obsesión de los políticos de izquierdas por legislar sobre costumbres y por vigilarnos… La conversación duró lo que tarda un cigarrillo en consumirse y ambos, tras apagarlo, volvieron con sus respectivas parejas al interior del bar.
En el segundo cigarrillo la conversación fue un poco más íntima. Él le contó que estaba casado con una profesora de Ética que no soportaba su vicio del fumeque y que le había dado un ultimátum: si en el 2011 él no renunciaba a fumar, ella abandonaba el hogar, lo dejaba más tirado que una colilla.
–No lo entiendo. Ella fumaba antes más que un carretero y ahora se ha vuelto una fundamentalista del tabaco –dijo él.
-¡Uf! Son los peores. Los que fumaban y ahora no fuman son los más intolerantes.
Ella le contó que estaba casada con un neumólogo y que se encontraba sometida a un férreo control sanitario por parte de su marido, que estaba empeñado en hacerle abandonar el vicio.
–Hay días en que me lleva a casa radiografías de personas con cáncer de pulmón para explicarme lo malo que es el tabaco. Estoy harta –comentó ella.
Se sentían bien el uno hablando con el otro y ambos hicieron coincidir el tercer cigarrillo con las ganas de seguir conversando en la puerta del bar. Al salir se percataron de que estaban mejor fuera que dentro y que habían hablado entre ellos más en diez minutos que en diez días con sus respectivas parejas.
Desde hace muy poco se ven a escondidas en el apartamento de ella y del neumólogo. Se sientan, enciende el cigarrillo y se lo pasan divinamente echándose el humo uno al otro mientras hablan de hijos, de hipotecas y de sus vidas laborales. No hay sexo de por medio ni ganas de practicarlo. No es eso lo que quieren. Pero de alguna forma ya intuyen que fumando de esa manera les están poniendo los cuernos a sus respectivos cónyuges. Tan mala conciencia tienen que ahora están planeado que se conozcan el neumólogo y la profesora de Ética. Hablando y hablando sobre ellos se han dado cuenta de que sus respectivos tienen tantas cosas en común que es imposible que el uno pase desapercibido para el otro después de un encuentro fortuito.
–¿No te gustaría que se enrollaran? –le preguntó ella a él un día que estuvieron fumando juntos.
–Joder, me encantaría –contestó él echándole el humo a los ojos, lo que ella interpretó como la prueba de amor más grande que jamás un hombre le había dado.
Titular de noticia: «Los paquetes de cigarrillos llevarán a partir de ahora el lema de ‘El tabaco también produce cuernos’».
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